¿A QUÉ EDAD SE PUEDE DIAGNOSTICAR EL TDAH?



Este trastorno no se presenta de forma similar en todos los niños que lo padecen. Varía mucho según la expresividad de los síntomas, hasta el punto que nos podemos encontrar dos niños con diagnóstico de TDAH y cuyos síntomas parecen ser absolutamente discordantes.

¿De qué depende todo esto? Todo viene mediado por los síntomas predominantes en su presentación y condicionado así mismo por la capacidad intelectual del niño que, en muchos casos, puede “enmascarar” los síntomas durante varios años.

Un niño predominantemente hiperactivo es el que “clásicamente” se identifica con el TDAH. Sin embargo, en mi experiencia clínica, son los menos frecuentes. Niños (y especialmente niñas) tranquilos, con un gran mundo interior, fantasiosos, que dedican un gran número de horas al estudio con resultados no acordes al esfuerzo realizado, no suelen sugerir un TDAH a sus padres o profesores hasta que la situación se vuelve insostenible, al ir aumentando progresivamente la exigencia curricular. Y esto es simplemente un ejemplo de dos tipos de presentaciones. No debemos olvidar que cada niño es un mundo y así las diferentes presentaciones clínicas de este trastorno que podemos observar en la práctica clínica.

Clásicamente se interpreta que la edad a partir de la cual puede establecerse un diagnóstico de TDAH es a partir de los 7 años.

Cualquier padre o madre con algún hijo afectado por este trastorno te dirá que “ya se veía venir desde Educación Infantil”. Esto no quiere decir que a los 5 años haya que establecer el diagnóstico de TDAH. A esa edad existen múltiples factores psicomadurativos con una gran variabilidad entre los niños que hay que considerar. Tampoco quiere decir que hasta los 7 años no se pueda hacer nada. En absoluto. Es muy importante realizar una correcta composición clínica de los problemas percibidos y un seguimiento de ese niño. Como casi todo en la vida, en el medio está la virtud, por lo que en ocasiones podremos establecer el diagnóstico de TDAH hacia los 6-7 años con el paso a Educación Primaria y en otras ocasiones podremos ver otro tipo de problemas madurativos diferentes que acaban yendo por otro camino.

En conclusión, ante síntomas evidentes de TDAH a partir de los 4-5 años yo me inclino a realizar un seguimiento de ese niño y de la dinámica familiar/escolar. Eso me facilita mucho poder establecer el diagnóstico de TDAH hacia los 6/7 años sin demorarlo en exceso y poder ir avanzando en medidas de apoyo conductuales y psicoeducativas.
¿A qué edad se empiezan a percibir los síntomas?
Lo habitual en aquellos niños con TDAH con una presentación hiperactiva o combinada es que a finales de Educación Infantil (4-5 años) salte la voz de alarma en el colegio y en su casa. Los padres los ven incansables, “desastrosos”, desordenados, conflictivos en la relación con sus hermanos, desobedientes… Su profesora les ha declarado “enemigo público nº1” ya que la interrumpen sin cesar, no permite que la clase avance, es incapaz de esperar su turno ni de respetar las normas básicas de convivencia del aula,… vamos, el sueño de cualquier docente.

Sin embargo, aquellos que tienen una presentación predominantemente inatenta suelen despuntar al iniciar Educación Primaria: presentan problemas de lecto-escritura, mal rendimiento escolar y sensación de que “no llegan al mínimo”. Hay un grupo de niños con TDAH inatento con altas capacidades que pueden pasar desapercibidos hasta el paso a Educación Secundaria: compensan su inatención con una gran capacidad. En términos sencillos: “atienden muy poco pero les cunde…. hasta que ya no les vale con eso”. Ellos suelen consultar a una edad más tardía, hacia los 12 años.


¿Qué puede dificultar un diagnóstico de TDAH termprano?

A veces, lo larvado del cuadro y la sobrecompensación del niño puede dificultar y retardar el diagnóstico si bien en estos casos el impacto en la vida del niño suele ser menor.

Es frecuente que ante la detección de los primeros problemas la familia se comience a preocupar y angustiar de forma creciente y, con el tiempo, comience a buscar ayuda en su centro escolar, en su pediatra de atención primaria o en la consulta de algún psicólogo. Llega un punto en que la situación se vuelve tan insostenible que el diagnóstico de TDAH les supone un alivio. Por fin saben a qué se deben los problemas, que hasta ese momento parecía que eran en diferentes áreas y de difícil intervención.

¿Qué barreras nos encontramos en el diagnóstico?
No debemos olvidarnos que el TDAH es una patología multifactorial en su abordaje y, como no podía ser de otra forma, también su detección.

Esto nos complica su detección en ocasiones por distintas razones.

En no todos los centros escolares de nuestro país existen programas protocolizados de detección precoz de TDAH y la formación a nuestros docentes en este trastorno no siempre es la debida, no siendo raro encontrarnos algún/a profesor/a que dice “no creer en el TDAH” o que cree “por imperativo legal” o que dice achacar los problemas percibidos a la falta de normas en el domicilio del niño.

A nivel familiar, el TDAH es un diagnóstico que estigmatiza socialmente, por lo que en ocasiones los padres pueden querer mirar hacia otro lado ante el problema durante unos años prefiriendo achacarlo a un “carácter difícil”, a que es despistado o a que “lo suyo no es estudiar”.

¿Qué pasa si esperamos demasiado a hacer el diagnóstico de TDAH?

Con el tiempo, todo lo que no mejora… empeora. Y eso es lo que nos vamos a encontrar.

Vamos a encontrarnos cada vez más mermadas las capacidades organizativas del niño, lo que va a conllevar un decremento progresivo en su rendimiento académico.

Los problemas atencionales van a acentuar aún más este problema. Los rasgos de impulsividad van a ir provocando conductas inmaduras, rabietas a edades impropias, incapacidad para completar tareas…

La hiperactividad va a ir ahondando en estos síntomas convirtiendo al niño en una espiral de actividad sin sentido que agota a cualquiera.

Esto va a producir un impacto marcado en su rendimiento escolar, así como en su autoestima ya que van a ser niños con muchas dificultades a nivel académico y social. Su gran impulsividad acaba agotando a todo el que les rodea siendo al final clasificados como niños egoístas y muy pesados, por lo que no es raro que tengan dificultades en la relación con otros niños. En su casa la situación tampoco va a ir bien; las múltiples broncas que va a recibir a consecuencia de los síntomas le llevarán a pensar que no hace nada bien, y que, cualquier cosa que haga se acaba mereciendo una bronca sin entender muy bien por qué.

Y no debemos olvidar que estos niños a largo plazo si no son tratados presentan una gran comorbilidad con otros trastornos, como son el abuso de sustancias, los trastornos depresivos, trastornos por ansiedad, trastornos negativistas-oposicionistas, …
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