Por qué hay mayor riesgo de TDAH en niños prematuros



Aunque las causas del TDAH aún no están plenamente identificadas, sí sabemos que hay unas áreas cerebrales determinadas que están afectadas en este trastorno: la corteza prefrontal (encargada de que podamos planificar, rectificar errores, ser flexibles ante las distintas situaciones, evitar distracciones), el cuerpo calloso (comunica los dos hemisferios cerebrales para coordinar el trabajo de ambos), los ganglios basales (encargados del control de impulsos, inhibir las respuestas automáticas) y el cíngulo anterior (encargado de la gestión emocional). Y son precisamente estas regiones las más susceptibles de padecer daño en los niños prematuros a causa de la frecuente hipoxia neonatal y porque parecen tener un menor volumen cerebral, lo que implica menos conexiones entre las neuronas.

Todo ello conlleva déficit en las funciones ejecutivas de estos niños: flexibilidad cognitiva, planificación y organización, memoria de trabajo, inhibición, funciones visoespaciales y la fluencia verbal, que seguirán afectadas en mayor o menor medida en la edad adulta. A esto se le suma que los niños prematuros suelen tener dificultades a nivel cognitivo (su capacidad de aprendizaje suele ser más baja que la media de los niños nacidos a término, algunos con un cociente intelectual normal-bajo o bajo) y en el control emocional, lo que va a condicionar problemas a nivel académico, social y conductual.

Podemos intuir que si a un cerebro inmaduro le añadimos enfermedades en periodo neonatal, antecedentes familiares de TDAH (influencia genética) y/o una baja interacción entre padres y niño (baja estimulación), se estará favoreciendo también un neurodesarrollo inadecuado.

¿Qué medidas se pueden tomar desde un principio?
En primer lugar para minimizar el riesgo de que un niño desarrolle TDAH entre otras afecciones, las cesáreas deberían programarse idealmente lo más cerca posible de la fecha de término, es decir, de la semana 40.

Por otro lado, como todo en Medicina, cuanto antes detectemos dónde están los problemas antes podremos ponerles remedio, pues la disfunción generada a nivel neurológico no es estática y continuamente se está modelando en función de los factores que lo rodean (factores genéticos, estimulación precoz, nivel educativo de padres y cuidadores, factores genéticos, etc). 

Debemos estar atentos a los datos de alarma desde el principio, desde la etapa preescolar. Los rasgos que podemos encontrar en los más pequeños comprenden signos como rabietas o llantos inconsolables muy frecuentes, caídas o tropiezos constantes, problemas en motricidad fina, retraso en el lenguaje, dificultad para el aprendizaje de colores/números/letras, dificultad para copiar dibujos, cambio de actividad constantemente, dificultad para mantener un juego con otros niños, baja tolerancia a la frustración, tendencia a ir demasiado “a su aire”, facilidad para pegar a los demás, inquietud motora excesiva (no miden riesgos), dificultad para escuchar, etc. Todas estas características pueden observarse en todos los niños, pero deben ser desproporcionadas para lo esperable a su edad para considerarse “patológicas”.

Esto quiere decir que lo ideal sería incluir valoración neuropediátrica y psicológica en los protocolos de seguimiento de niños prematuros con el fin de identificar de forma temprana los posibles rasgos de TDAH y así planificar una intervención educativa adecuada que incluya a padres y profesores, así como un tratamiento específico, de manera que se facilite la plasticidad neuronal (la capacidad que tiene el cerebro para formar nuevas conexiones nerviosas) y se minimice la repercusión funcional del trastorno.

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